sábado, 10 de octubre de 2009

Teoría Feminista (VI): "La construcción de la identidad"

Pues creo que con esta entrada acabo ya con el tema que nos ocupa, sobre Teoría Feminista. Y como no podía ser de otro modo, el post de hoy va dedicado a una de las últimas corrientes a este respecto ya que la teoría queer, como la que se recoge en la obra de Judith Butler, supone un importante momento dentro de la teoría feminista.
Cuestionado el concepto de género y el sistema sexo/género organizado sobre él, la teoría queer considera que la construcción social de la identidad no lo es sólo en lo referente al género, sino también respecto al sexo y a la sexualidad. Como hemos visto anteriormente, el planteamiento que separa el sexo biológico del género social puede retornar, sin pretenderlo, a cierto esencialismo o biologismo sobre lo que significa ser mujer, y por ello, desde la consideración de la identidad como constante proceso de construcción, se pretende acabar con el tal binarismo pues tanto los sexos como los géneros pueden ser no sólo múltiples, sino variantes; sólo un entramado patriarcal que crea un género sobre una supuesta naturaleza biológica sexual dicotómica es el que convierte en esencial y "natural" la distinción de sexos.
Por lo demás, resulta obvio que la intención de la teoría queer es decididamente política, en la medida en que reconoce que todo lo social se halla incluido en las dinámicas de poder y, por tanto, supone una cuestión política. Pero intentemos analizar, pues, en qué medida la nominación y la fuerza del lenguaje presentan sus capacidades –y límites-, en la construcción del sujeto y de su indentidad.
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El concepto de "interperlación ideológica" (Althusser), del que se nutre la teoría queer para comprender el proceso de contrucción de la identidad, se ha de entender como el mecanismo por el cual los aparatos de dominación actúan sobre los individuos para convertirlos en sujetos de su propia estructura de poder. Es decir, es mediante el proceso de reconocernos a nosotros mismo y darnos una identidad, definiéndonos, como se genera una “ilusión” –según la cual tal identidad ha existido siempre, incluso de forma previa a la constitución del sujeto-, por la que, mediante diversos mecanismos se esencializa esa identidad construida, resignificándose el pasado, presente y futuro de un sujeto. Se trata, por tanto, de un acto en toda regla performativo. Ahora bien, en la medida en que esta construcción se realiza mediante la nominación, Butler no es ajena a la crítica de Derrida al preformativo de Austin.
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Austin distingue entre los actos de habla constatativos, caracterizados por su función descriptiva y, por tanto, contrastables con la realidad, y los actos de habla preformativos, que son aquellos que implican una acción sobre la realidad, construyéndola en la medida en que "decir algo equivale a hacer algo". Pero Austin considera que todo acto preformativo depende para su éxito de un contexto determinado en el que el sujeto pueda ser libre, consciente y responsable de sus propios actos preformativos. Sin embargo, para Derrida los performativos tienen una capacidad mayor. Pues, en tanto que signos lingüísticos, se caracterizan por la iterabilidad y son susceptibles de ser citados y aplicados en infinidad de contextos, engendrando así contextos nuevos diferentes al original en el que se engendró. Desde esta concepción derridiana, se sigue que la capacidad que el carácter preformativo de la identidad a través de la nominación, supone la posibilidad de crear significados y contextos distintos diferentes de aquellos en los que surgen originalmente. Aunque cada una de las determinaciones del significado de una identidad, sólo lo es costa de la represión o exclusión de otras posibles alternativas; pues las identidades no sólo se definen en sentido afirmativo, sino también, dado su carácter necesariamente incompleto, también en sentido negativo con respecto a otras identidades posibles.
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En este sentido, Judith Butler y la teoría queer ven en la identidad (sexual), entendida como constante proceso de construcción, un importante espacio para la subversión de estructuras de dominación basadas en el esencialismo. Pues el carácter preformativo de la identidad y su iterablidad supone la posibilidad de crear y resignificar constantemente tal identidad en contextos diversos, creando, por tanto, significados y contextos nuevos. Sin embargo, el construir y asumir una determinada identidad supone necesariamente –dada la incompletud de toda identidad- excluir otras alternativas en el proceso identitario, construido en base a oposiciones. Y en ello radica, por un lado, el aporte de la teoría queer, y por otro su limitación: aunque se reconoce lo contingente de toda identidad, no por ello se puede renunciar a ella, pues resulta necesaria para articular el discurso de emancipación en tanto que “sujetas” subordinadas y oprimidas por el sistema patriarcal, pues la identidad como tal parece, pues, necesaria. Pero en la medida en que todo acto de significación identitario es considerado como una cuestión política, entonces al excluirse otras identidades posibles se excluyen asimismo todo un conjunto de políticas posibles.

En definitiva, la teoría queer puede explicar cómo se construyen las identidades y el importante papel que tiene esa construcción en la creación de órdenes contextuales, sociales y políticos. Pero no puede renunciar al concepto de identidad, pues ésta es necesaria para las políticas concretas (a pesar de las exclusiones que realiza).