jueves, 23 de septiembre de 2010

De la "nacionalización" liberal del Estado español

Hoy se cumplen los 200 años de un hecho histórico de gran relevancia para ese concepto de "Nación" sobre el que se sustenta cierto retrógrado sentimiento de españolidad (a buen entendedor...). Yo, para bien o para mal, carezco totalmente de ese sentimiento identitario, y prácticamente de cualquier otro con connotaciones "nacionalistas", del corte que sea. Lo cual, quizás, podría bien matizar si así lo requiere la concurrencia.
.
Sea como fuere, ese hecho al que me refiero es el siguiente: el 24 de Septiembre de 1810 fueron juradas las Cortes de Cádiz en la Iglesia Mayor de San Pedro y San Pablo, en San Fernando, momento que culminaría con la Constitución de 1812 (conocida como "la Pepa" por aprobarse el día de San José, 19 de Marzo), e iniciándose así el proceso de creación de la Nación española (sí, sí. En este momento, y no antes. ¡No como nos hacía creer el espíritu fascistoide, situando su inicio en la época de los Reyes Católicos!)
Con motivo de tal efeméride, permitidme pues algunas reflexiones sobre la formación de la Nación española, entendida ésta como sujeto y objeto del Estado liberal español.
.
El primer aspecto a destacar en la creación del estado nacional español, es que ésta se enraíza en el proceso revolucionario que se inicia el susodicho 24 de septiembre de 1810, cuando las Cortes de Cádiz se proclaman depositarias de la soberanía de la Nación española en tanto que representantes de ésta. Es en este momento cuando el proyecto de un estado liberal y burgués español adquiere consistencia, haciendo suyo el concepto de nación y presentándose en oposición a los privilegios feudales y proclamando, en su lugar, la defensa de los conceptos de “derecho” y “ciudadanía”. Esto es: la defensa de unas pretendidas libertad e igualdad (frente al orden social, económico y político tardo-feudal) que supo atraer a extensos sectores populares y dirigir la lucha contra la invasión napoleónica.
.
En esencia, este proceso revolucionario lo es en tanto que supone una intención de ruptura con el Antiguo Régimen, con el privilegio y los derechos feudales, declarando la soberanía de la Nación frente a la Monarquía. Así, la Nación no sólo es el sujeto encargado de la creación del nuevo Estado liberal español, sino que el objeto que precisamente pasa a constituir dicho Estado es la misma Nación.
.
El Estado liberal nacionaliza la soberanía y todas aquellas actividades y realidades necesarias para su consecución, creando un mercado nacional, nacionalizando la tierra y consolidando una nueva clase de propietarios como protagonistas del proceso en tanto que “clase nacional”. Así, el Estado liberal y el concepto de nación española se sustentan en una clase de propietarios (de la tierra, principalmente), que da respuesta a las seculares aspiraciones sobre la propiedad de ésta, creándose fuertes antagonismos que afectan a todos los territorios de la monarquía: primero entre los señores feudales y el pueblo (por la abolición de los señoríos, durante las Cortes de Cádiz y el Trienio Liberal), y después entre los señores y la Nación (desde 1837, en el sentido en que la nación española se sustenta en una nación de propietarios).
.
Durante todo el proceso revolucionario, el concepto de nación, pues, no fue sino un medio para transformar las posesiones en manos muertas en bienes nacionales, con el fin último de privatizar tales bienes y crear y desarrollar esa clase de propietarios que es la base del Estado liberal. Así, en este proceso de nacionalización, las tierras se expropian y privatizan en todo en territorio, se subastan como “bienes nacionales”, y se adoptan otras diversas medidas con el fin de crear un espacio nacional que permita el desarrollo de un mercado de carácter capitalista: un mercado nacional en tanto que constituido de modo soberano por la nación creada, y que define la libertad como organización del sistema productivo y la igualdad de criterios para la circulación de intereses. En consonancia, pues, con el Estado liberal.
.
Este mercado nacional capitalista, por otra parte, necesita de una ordenación jurídica centralizada del Estado, única para todo el territorio político, que pretende romper con la variedad de “derechos” anteriores a 1812 y que las clases tradicionalmente privilegiadas defienden frente a las medidas nacionalizadoras a fin de preservar, en lo posible, la antigua sociedad feudal. Por ello, el Estado liberal creado es nacionalizador, nacionalista, centralizador y centralista por definición.
.
Las diferencias ideológicas y los distintos posicionamientos frente a este ordenamiento centralista del poder parecen diluidos, en un primer momento, ante la inicial labor de abolir los poderes del Antiguo Régimen, uniéndose bajo una misma causa las clases burguesas, los nuevos propietarios y las esperanzas de las clases populares. Sin embargo, el dogmatismo centralista y el concepto restringido de nación que se impuso (varones adultos con derecho a voto, propietarios o con un mínimo elevado de renta), dieron pie tempranamente a las divergencias y a los modelos federalistas que, sin romper la unidad política y económica del modelo liberal, daban cobijo a todas aquellas aspiraciones no cumplidas.
.
Ante esta situación, los pronunciamientos locales que se produjeron a lo largo de todo el siglo XIX, se erigieron, paradójicamente, en defensa de cierto nacionalismo español inspirado en las ideas liberales, trascendiendo lo local y reclamándose legitimados en interés de la soberanía nacional. Así, esta autofundamentación de los pronunciamientos locales en lo nacional se debe a la tradición y el recuerdo de las Juntas y al interés de consolidar su apoyo por parte de una población que, tras la lucha contra la invasión napoleónica, ya tiene en gran medida asumida su pertenencia a la nación. Y esta conciencia nacional no hace sino aumentar con los movimientos de protesta de las clases populares contra las quintas y los consumos, apelando también a su carácter nacional, y con la labor de los intelectuales partícipes del proceso revolucionario.
.
A pesar de la conciencia nacional creada, los distintos intereses unidos antes contra el Antiguo Régimen en movimientos claramente antifeudales, se separaron inevitablemente ante un proyecto de Estado liberal que, si bien pudo crear dicha conciencia nacional, no supo (no pudo, o no quiso) dar respuesta a las aspiraciones de los distintos sectores que antes se aglutinaban bajo un mismo proyecto. Así se entienden la sublevación antiburguesa de los campesinos, las guerrillas carlistas (absolutistas) o las formas tempranas de republicanismo. Y aún así, las pretensiones nacionales de estos movimientos se mantuvieron.
.
Con la Constitución de 1837 el proyecto de Estado liberal llega finalmente a su punto sin retorno, si bien a costa de fuertes recortes democráticos y abandonándose el espíritu de 1812. Sin realizarse el reparto de las tierras prometido, con el problema de la propiedad de las tierras relegado a los tribunales, y el beneficio incontestable de las “clases medias” ahora propietarias, las divisiones entorno a las medidas “nacionalizadoras” y centralizadoras parecen irreconciliables, pues la lucha no se dirige ya contra el sistema feudal. El pronunciamiento en 1840 a favor de Espartero y en contra de la regente María Cristina, protagonizado por los ayuntamientos de las capitales, reivindica, frente a un modelo que favorece a las clases propietarias, una auténtica democratización del Estado liberal, manteniendo su carácter nacional pero ahondando por primera vez en propuestas de soberanía federativa. Pero las nuevas aspiraciones sociales de carácter ahora territorial no fueron satisfechas por la regencia de Espartero y el modelo centralista jerarquizado del Estado se impuso definitivamente, abortando cualquier otra forma de organización nacional.
.
El republicanismo federal adquiere, entonces, consistencia, adhiriéndose a éste los amplios sectores sociales que se ven decepcionados por el liberalismo progresista. En septiembre de 1868 el movimiento juntero, mediante sucesivos pronunciamientos, apuesta ahora, pues, por este federalismo, mayores índices de democracia y las medidas incumplidas que contemplaba la Constitución de 1812. Y una vez más las aspiraciones quedaron truncadas en la Constitución de 1869, en beneficio, una vez más, de la clase de propietarios, quienes dirigieron el proceso en cada una de las provincias.
.
Finalmente, el concepto de nación española se escindió definitivamente en el Sexenio Democrático, cuando la anterior unión de intereses se hizo inviable: las clases populares, sobre todo urbanas, reivindican una auténtica democracia, el reparto de la propiedad agraria, la retribución sobre la riqueza y rentas, el acceso a cargos públicos, y la distribución del poder entre los territorios. Estas aspiraciones serán recogidas durante la primera experiencia republicana del Estado español (1873-1874), siendo característico el fenómeno del cantonalismo, si bien se mantuvo en todo momento el ya consolidado concepto de nación: se pretendía esta organización del territorio para toda la ciudadanía española.
.
En resumen, podemos constatar que el proyecto nacional español como soporte del Estado liberal respondía a los intereses de las emergentes “clases burguesas” locales que habitaban la heterogeneidad de territorios que conformaban la monarquía española, y que necesitaban transcenderse a lo nacional para poder dar respuesta a sus aspiraciones.
.
En un primer momento, cuando los esfuerzos se dirigieron a acabar con el antiguo sistema social de privilegios feudales, la diversidad de intereses, expectativas y aspiraciones quedaron unidos por un proyecto común. Pero cuando, a lo largo del siglo XIX, el desarrollo desordenado de un capitalismo incipiente, las patentes desigualdades sociales y geográficas, y las distintas aspiraciones territoriales provocaron cada vez diferencias más insalvables, nuevos modelos de ordenación nacional del territorio adquirieron consistencia, perfilándose incluso nuevos nacionalismos en pro de una ordenación estatal diferente a la consolidada.
Sin embargo, pretender valorar y estudiar el proceso de creación de la nación española desde una perspectiva actual, con la diversidad de “nacionalismos” consolidados a lo largo del siglo XX, es hacer un flaco favor a los hechos y contenidos históricos desde la Constitución de 1812. Sin el proyecto nacionalista español, es posible que estos otros nacionalismos que nacieron bajo la consolidación del Estado liberal, hubiesen tenido un difícil desarrollo.

Estrategias del mal gusto (IV): El camino hacia la obscenidad

Pasa el tiempo sin uno, apenas, darse cuenta. Ya son 5 meses desde que no escribo nada por aquí. Y no es que me haya olvidado, sino -quizás una excusa más- falta de tiempo (a veces de ganas) y el hecho de pasar 3 meses perdido en Alemania sin posibilidad, casi, de conexión a Internet. Pero bueno, aquí estoy de vuelta... una vez más. Y, si no recuerdo mal (ya me pasó anteriormente), había dejado en el tintero algunas reflexiones sobre el "mal gusto" y lo "obsceno". Pues bien, como las cosas no deben dejarse a mitad, dedico la entrada de hoy, precisamente, a continuar con el susodicho tema. Esta vez, dando algunas pinceladas sobre el camino hacia la obscenidad.

.
El erotismo es, sin duda, un fenómeno humano. Si en la antigüedad el sexo era únicamente un acto de procreación, la seducción como tal comienza a expresarse por la necesidad de preambular el acto sexual para mayor disfrute, pues el ser humano se percata de que con la imaginación puede obtenerse un goce mucho más allá de lo experimentado hasta el momento. Y es a partir del surgimiento del erotismo cuando comienza, entonces, la culturización del sexo… el hombre va dando forma a su deseo, juguetea con sus instintos y abre la compuerta donde se guarecían las inhibiciones y tabúes, pero también el recato y la mesura: por estas y otras razones más poderosas, la Iglesia se esfuerza en el control del sexo (la más severa forma de control humano) y a través de ello, lo que antes era un acto de purificación es conceptualizado como un acto lascivo.

Pero el fenómeno erótico pierde el centro, deja de ser un descubrimiento de práctica aislada, para convertirse en un boom de civilización, un juego dulce y perverso que, a medida que se va sofisticando, se transforma en un arma de control incalculable para el desarrollo social: el sexo recreativo con grandes dosis de erotismo absorbe al sexo procreativo, se hace de lo erótico un negocio para la comercialización en las ya establecidas sociedades de consumo, los medios de comunicación acaparan las imágenes cada vez más eróticas, abarrotan la información y la publicidad de forma directa o subliminal. Es la conquista del mundo por un fenómeno atacado y condenado, sobre todo, por las religiones; una conquista provocada por esas mismas sociedades que se declaran "tolerantes" o "liberales", según sus tendencias a la hipócrita mojigatería. Un triunfo de la libertad muy a pesar de que algunos teóricos como P. Klossowski consideren que, con la generalización y predominio del erotismo, se ha perdido el concepto erótico per se.

.
El correr del tiempo siempre trae nuevos cambios y la expresión ideal sexual no es una excepción. La búsqueda del placer en formas cada vez más difíciles arrastra al ser humano a la práctica de nuevas posibilidades de seducción… es aquí donde cabe situar a Donatien-Alphonse François, el marqués de Sade (1740-1814), considerado por sus coetáneos como un loco, un pervertido y un peligro social. No es hasta tiempo después cuando se le ha colocado en el pedestal de “maestro” y muchos escritores importantes no disimulan su influencia. A este genio “loco” se debe el desarrollo de una tendencia sexual hasta el momento “inexistente” por innominada: el sadismo. Y casi un siglo después, en Austria, nace el escritor que redondeará la tendencia iniciada por el marqués: Leopold Von Sacher-Masoch se considera el pionero en el arte de describir otro nuevo sentimiento erótico surgido de la relación placer-dolor, sensualidad-humillación, fundamentalmente provocado por el castigo físico. A esta nueva forma de sentir, a esta nueva ventana a lo erótico en relación con el sufrimiento y el dolor, se le dio el nombre de masoquismo que, unido a la anterior tendencia, crea una unión inédita en Europa: el sadomasoquismo.

.
En Estados Unidos, aunque hubo amagos anteriores, no fue hasta 1849 cuando salió a la luz el primer libro erótico, de la pluma de George Thompson: Venus in Boston. Pero la “mirada sensible” de la sociedad norteamericana del momento vio en esta obra un alto contenido obsceno, distante de la consideración actual que se tiene sobre la misma obra, definida hoy en día de erótica (y por lo tanto vinculada a la seducción, no a la pornografía). Lo mismo pasó un siglo después con Henry Miller (1891-1980), un bohemio libertino que de forma autobiográfica escribió grandes novelas, entre ellas dos fundamentales sobre el tema erótico: Trópico de Cáncer (1934) y Trópico de Capricornio (1940). Estas novelas pagaron su precio al unir lo espiritual con lo considerado obsceno por la mojigata sociedad estadounidense, provocando el escándalo: la crítica atacó a Miller con ferocidad y saña, estimulando una censura "moralista" para su publicación y venta que duró 30 años en su propio país (no así en el resto del mundo y sobre todo en Francia, donde se consideró un best-seller).

.
En todo caso, y para replicar la tesis de Lynda Nead (quien disocia inexorablemente lo obsceno de su posible valor estético o artístico), aceptamos que el contenido de Trópico de Cáncer, por ejemplo, pueda ser considerado obsceno, en función siempre de la mirada del espectador, sensible en este caso. Y sin embargo, a pesar de las reticencias de los contemporáneos de Miller… ¿Quién duda hoy de que ocupa un puesto destacado en la historia de la Literatura y, por lo tanto, en el ámbito del Arte? Para muestra, un botón:

Después de ponerse de pie para secarse, mientras seguía hablándome con simpatía, dejó caer la toalla de repente y, avanzando hacia mí despacio, comenzó a restregarse la almeja cariñosamente, pasándole las manos suavemente, acariciándola, dándole palmaditas y palmaditas. Había algo en su elocuencia de aquel momento y en la forma como me metió aquella mata de rosas bajo la nariz que sigue siendo inolvidable; hablaba de ella como si fuese un objeto extraño que hubiera adquirido a alto precio, un objeto cuyo valor había aumentado con el tiempo y que ahora apreciaba como nada en el mundo. Sus palabras le infundían una fragancia peculiar; ya no era simplemente su órgano privado, sino un tesoro, un tesoro mágico y poderoso, un don divino [...] Al echarse en la cama, con las piernas bien abiertas, la apretó con las manos y la acarició un poco más, mientras murmuraba con su ronca y cascada voz que era buena y bonita, un tesoro, un pequeño tesoro. ¡Y vaya si era buena y bonita, esa almejita suya! [...] Germaine era una puta de pies a cabeza. Hasta el fondo de su buen corazón, su corazón de puta,[...] Germaine estaba en lo cierto: era ignorante y sensual, se entregaba al trabajo con todo su corazón y con toda su alma. Era una puta de los pies a la cabeza... ¡y esa era su virtud!.

"Una puta de corazón", Trópico de Cáncer. Henry Miller.

Parece, pues, que el “camino de lo obsceno” no es sino ampliar mediante provocación, atacando directamente la moral y los valores de aquellos de mirada sensible, el espacio reservado a lo inmaculado, a lo admitido y tolerado por erótico en tanto que seductor. Reconocer, en fin, mediante un esfuerzo de hiperrealidad (“lo más verdadero que lo verdadero”), que la naturaleza humana no es dual ni esquizofrénica, sino que la libido es consustancial al género humano y que de ella emana tanto lo “permisivo” como lo festivo; tanto el juego engañoso de la seducción como la realidad de lo obvio. Pero entonces… ¿qué “es” lo erótico y qué lo obsceno? ¿Podemos hablar de unas categorías “esenciales”, de unos atributos inherentes y consustanciales, cuando aquello considerado obsceno hace apenas cincuenta años resulta ahora, si no erótico o seductor, irrisorio y absolutamente permisible?