Sigo ahora con la serie de posts dedicados a la presentación de algunos de los textos de Ludwig Feuerbach que, desafortunadamente, permanecen intraducidos al castellano y, ni siquiera, al inglés.El texto sobre el que me centraré, publicado originariamente en 1846, es el de Wider den Dualismus von Leib und Seele, Fleisch und Geist (= Contra el dualismo de cuerpo y alma, carne y espíritu), el cual puede leerse en su idioma original (alemán) en Gesammelte Werke [ed. de W: Schuffenhauer], Tomo IX, pp. 122-150 y en Werke in sechs Bänden [ed. de E. Thies], Tomo III, pp. 165-197.
Tal y como ocurría en la traducción anterior, recuerdo aquí que no me dedico a ello de manera profesional y que es ciertamente posible que incurra en equívocos y fallos de traducción, o que mi interpretación de las palabras de Feuerbach no sea la más adecuada de todas. Así mismo, también como hice en el caso anterior, la traducción que aquí presente NO es de la obra completa, sino sólo de algunos parrafos y fragmentos de la misma. En cualquier caso, seguiré insertando comentarios de mi puño y letra (marcados en cursiva y paréntesis) cuando lo estime oportuno para, así, contextualizar algunas de las ideas presentadas por Feuerbach.
Wider den Dualismus von Leib und Seele, Fleisch und Geist (1846)
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En el deseo y en el disfrute de la comida, nada sé del estomago; en la sensación como tal, como objeto de la psicología (= psyché + logos = ciencia o conocimiento del alma), nada de los nervios; en el pensamiento como tal, nada del cerebro. Querer deducir de esta carencia subjetiva de nervios y cerebro una esencia incorpórea carente objetivamente de cerebro y nervios, es justamente tanto como si quisiese deducir del hecho de que no supiese ni sintiese que tengo padres el hecho de que yo existo por mí mismo, que el origen de mi existencia no depende de ninguna otra esencia. De hecho, en la psicología, todos somos sin excepción Kaspar Hauser (1) ; no sabemos nada de la genealogía de nuestros sentimientos, imaginaciones y pretensiones de voluntad, y no queremos saber nada de ellas al igual que aquél emperador austriaco que prohibió investigar su origen porque alguien podría dar, en último término, con un sastre o un porquero como fundador de la Casa imperial; nos consideramos a nosotros mismos, por tanto, como descendientes desde siempre de sangre noble porque nuestro origen radica, más allá de nuestra conciencia, en la sangre plebeya, porque nos faltan la información de nuestro origen. En la psicología el sujeto y el objeto son idénticos; en la fisiología, diferentes. Para mí mismo soy objeto psicológico, pero fisiológicamente soy [objeto] para otra persona; la sensación que me produce mi estómago cuando tiene hambre o mi cerebro cuando piensa, es sólo objeto para mí mismo, pero es objeto de la fisiología y de la anatomía. Mi cerebro o mi estómago no puede ser nunca para mí objeto de la intuición; sólo puede serlo para otro.
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El vivir, el sentir, el imaginar, es apreciado sólo inmediatamente como tal por medio de sí mismo; es indisociablemente indistinguible de la esencia, sujeto u órgano que vive, siente e imagina.
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Ciertamente no sólo diferencio, al menos teóricamente, mi cuerpo, en tanto que objeto de mis sentidos orientados al exterior, de otros cuerpos, sino también de mí mismo; pero de mi organismo interno, especialmente del órgano del pensamiento, del cerebro, no puedo diferenciarme. Ciertamente, en la fuerza de la imaginación, puedo representarme mi cerebro como objeto y así diferenciarme de él, pero esta diferenciación es sólo una diferenciación lógica o, más aún, imaginaria, pero en absoluto real; pues efectivamente no puedo pensar, no puedo discernir, sin actividad cerebral; el cerebro del cual me diferencio es sólo un cerebro pensado, imaginado, no real; niego únicamente mi relación imaginada, consciente, con el cerebro, pero no mi relación inconsciente.
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Ciertamente no sólo diferencio, al menos teóricamente, mi cuerpo, en tanto que objeto de mis sentidos orientados al exterior, de otros cuerpos, sino también de mí mismo; pero de mi organismo interno, especialmente del órgano del pensamiento, del cerebro, no puedo diferenciarme. Ciertamente, en la fuerza de la imaginación, puedo representarme mi cerebro como objeto y así diferenciarme de él, pero esta diferenciación es sólo una diferenciación lógica o, más aún, imaginaria, pero en absoluto real; pues efectivamente no puedo pensar, no puedo discernir, sin actividad cerebral; el cerebro del cual me diferencio es sólo un cerebro pensado, imaginado, no real; niego únicamente mi relación imaginada, consciente, con el cerebro, pero no mi relación inconsciente.
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El acto cerebral es el más elevado, el acto que nos condiciona o constituye a nosotros mismos – un acto que, por tanto, ya no puede ser percibido como un [acto] diferenciado de nosotros.
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Los actos cerebrales, en tanto que los más elevados actos, son idénticos, indistinguibles de la actividad material, objetiva, voluntaria. Incluso para nuestra conciencia el pensamiento es una actividad tanto voluntaria como involuntaria. Ella [la conciencia] es para nosotros una [actividad] absolutamente subjetiva, pero sencilla y llanamente porque en ella [en la conciencia] desaparece la oposición entre actividad subjetiva y objetiva. Percibo al estómago –al que unas veces lleno y otras vacío-, al corazón –al que oigo y siento latir-, a la cabeza –en tanto que objeto de los sentidos orientados al exterior-, dicho brevemente, a mi cuerpo, únicamente a través del acto cerebral; él ya no es para mí, por tanto, al menos de forma inmediata, objeto alguno, nada diferenciado de mí. Desde esta imperceptibilidad y carácter no objetivo del acto cerebral, el fetichismo psicológico da explicación también de los pueblos antiguos y de todos los hombres incultos que sitúan el “alma”, el “espíritu”, en el latido del corazón o en el acto de la respiración en vez de en el acto cerebral.
Los actos cerebrales, en tanto que los más elevados actos, son idénticos, indistinguibles de la actividad material, objetiva, voluntaria. Incluso para nuestra conciencia el pensamiento es una actividad tanto voluntaria como involuntaria. Ella [la conciencia] es para nosotros una [actividad] absolutamente subjetiva, pero sencilla y llanamente porque en ella [en la conciencia] desaparece la oposición entre actividad subjetiva y objetiva. Percibo al estómago –al que unas veces lleno y otras vacío-, al corazón –al que oigo y siento latir-, a la cabeza –en tanto que objeto de los sentidos orientados al exterior-, dicho brevemente, a mi cuerpo, únicamente a través del acto cerebral; él ya no es para mí, por tanto, al menos de forma inmediata, objeto alguno, nada diferenciado de mí. Desde esta imperceptibilidad y carácter no objetivo del acto cerebral, el fetichismo psicológico da explicación también de los pueblos antiguos y de todos los hombres incultos que sitúan el “alma”, el “espíritu”, en el latido del corazón o en el acto de la respiración en vez de en el acto cerebral.
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(1) Kaspar Hauser (¿1812?-1833), fue un adolescente alemán famoso en Europa por el misterio en torno a su origen y a su muerte. Su carácter era el de un niño salvaje por lo que se sabe que creció en cautiverio en completo aislamiento. Desde su aparición se especuló sobre su posible pertenencia a una casa real, en particular a la familia gobernante en Baden. Ha sido llamado "el húerfano de Europa". Su estado mental era tal que levantó el interés de juristas, teólogos y pedagogos que llevaron a cabo multitud de ensayos para enseñarle a hablar, leer y escribir. Su mentor y representante legal, el padre de Feuerbach, Anselm von Feuerbach, describió que en un principio la leche y la carne le daban asco a Kaspar y que sólo se alimentaba con pan y agua. Se descubrió asimismo que había sido mantenido cautivo durante mucho tiempo aunque nunca se consiguió levantar el secreto de su procedencia.
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