Mucho se ha dicho, y se dice, sobre la condición moral del hombre (entiéndase, "ser humano"). Perogruyada es afirmar que la humanidad se caracteriza ontológicamente por su libre albedrío, por la autonomía en sentido kantiano. Pero no lo es tanto, sin embargo, la afirmación defendida por no pocos según la cual el hombre tiene una propensión natural a inclinarse más hacia el mal que hacia el bien. Antropólogos, teólogos, psiquiatras y filósofos así lo afirman y constatan. Menos son, por otro lado, los que continúan, quizás ingenuamente, defendiendo la bondad intrínseca del ser humano y responsabilizando a las circunstancias de todo tipo que rodean al individuo de su naufragio existencial. Permitidme, en cualquier caso, que me muestre escéptico ante unos y otros. Tan simplista es querer ver en el hombre esa "bondad natural" rousseauniana, como la maldad lupina de Hobbes. Y como decía, hablemos un poco de "lobos" y "dioses".
Conocida por todos es la máxima de Thomas Hobbes (1588-1679) según la cual: Homo homini lupus (= El hombre es un lobo para el hombre). Menos conocido es, sin embargo, que la mala fama del lobo se la debemos en realidad a Tito Marcio Plauto (254 a.C.-184 a.C.) cuando afirmaba: Lupus est homo homini, non homo, quom qualis sit non novis (= El hombre es un lobo para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro). Quizás no fuera tan desencaminado Plauto al darse cuenta ya de que gran parte de la moralidad no puede fundarse en la razón pura y abstracta, sino que, más bien, es el rostro de la persona conocida la que, en último término, nos conmueve e impulsa al bien moral. Pues la moralidad de nuestros actos, si no es entendida en relación al Otro concreto y sensiblemente dado que se nos presenta, poco más allá de las discusiones de salón podremos ir...
En cualquier caso, cualquier definición filosófica que quiera presentarse como tal debería huir de formulaciones en negativo. No es de extrañar, pues, que Plinio el Joven (63-113) afirmara años después, en positivo: Deus est homo homini a quo juvatur (= Para el hombre, el hombre que le ayuda es Dios). La sentencia de Plinio sería recogida literalmente, mucho después, por Joan LLuís Vives (1492-1555), en su "Interpretación esencialmente alegórica de las Bucólicas de Virgilio", escrita, como dictaba el cánon de la época, íntegramente en latín. En cualquier caso, si bien ambas afirmaciones -la de de Plauto y la de Plinio- son ciertas, ¿no es más agradable la segunda? La popular máxima de Hobbes, tomada explícitamente de Plauto, pretendía sin embargo constatar una antropolgía decididamente pesimista que diera sentido a la creación del Leviatán, pero coetáneos suyos, conscientes de lo limitado de una concepción negativa, dieron su réplica en positivo. Así, Francis Bacon (1561-1626) afirmaría, tomando ahora como fuente a Plinio: Iustitiae debetur quod homo homini sit deus non lupus (= A la justicia se debe que el hombre sea Dios para el hombre, no un lobo). En realidad ambos, tanto Hobbes como Bacon, están diciendo lo mismo: sólo en un orden político estable que garatice la justicia, puede el ser humano actuar bajo principios de bondad moral. Pero, claro está, es mucho más elegante la formulación de Bacon que la de Hobbes (precisamente por estar formulada en positivo, y no en negativo). Otros, sin embargo, fueron quizás más inocentes y se revelaron contra la concepción pesimista hobbesiana considerando que el hombre es natural y sustancialmente bueno. Diría taxativamente, sin condiciones, Baruch de Spinoza (1632-1677): Homo homini deus (= El hombre es Dios para el hombre).
También conocida es, finalmente, la máxima que define gran parte de la filosofía de Ludwig Feuerbach (1804-1872): Homo homini deus est. Sin embargo, ya no se trataba, como en los casos anteriores, de una concepción metafórica sobre la naturaleza moral del ser humano (lobo o Dios). Era, con todas las de la ley, la constatación que no hay más Dios que el hombre o, mejor dicho, que toda idea de Dios no es otra que la sustancialización y objetivación de la esencia humana alienada y atribuida a un ser ficticio y ajeno a la humanidad misma. Feuerbach, pues, sienta las bases del humanismo ateo. Pero esto es harina de otro costal, sobre el que ya trataré en otro momento.
----------------------------------------------------------
Sólo, como siempre, una reflexión final. La bondad es una virtud (en sentido aristotélico) que exige cultivarse constante e ininterrumpidamente. La maldad, en cambio, puede ejercitarse indiscriminadamente. Por ello, cuando la "verdad" (y le pongo todas las comillas que hagan falta) se oscurece porque la razón se ha desposeído de la ética moral -y en este sentido, como señalaba antes, pierde de vista a cada uno de los Otros, "túes", que se oponen al enseñoreado "Yo"-, entonces, el hombre queda reducido a ese lobo que intuyó Plauto. No hagamos, pues, ya que depende de nosotros, que la última palabra sea la de Hobbes...
No hay comentarios:
Publicar un comentario